Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar.
Todos, es decir, menos uno, que tropezó en el asfalto, dió dos vueltas y empezó a llorar.
Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron… todos.
Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo: «Eso te lo va a curar».
Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta.
Todos en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios minutos. La gente que estuvo presente aún cuenta la historia. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida es ayudar a ganar a otros, aún cuando esto signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el rumbo.